chingar siempre cura, siempre, sin nombre, sin deseo a veces,
sin ganas de saber en dónde se está, chingarse a los feos
a los fofos a los de panza llena de cereales y mierda percudida
a los que creen puta porque sabes el nombre de tu pastilla.
chingar siempre da con la raíz que una hierve en la tisana
de su propia carne, que una se traga agria y con peste a avena vieja.
chingarse a la hermana, a la discípula,
a la amiga que una estaba esperando desde los diecisiete,
porque chingarse a una mujer es imprescindible.
chingar, hacer el amor no, tener sexo no, chingar.
entender cómo una se disuelve contra la furia de otro,
medir las implicaciones del hambre, visitar el sabor
agrio de una saliva transeúnte, la del que vive al lado,
al frente, la del poeta que corrige acentos para su próxima
lectura. chingar con el que no tiene ni idea de por qué
no puede despegarse de su carne.
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