sábado, 23 de noviembre de 2024

MARCO ANTONIO. Juan Eduardo Cirlot


 Estábamos mirándonos,

grabados en el centro de la ciudad transparente.

Las calles de ceniza separaban

herencias de silencio alucinado.

Egipto había muerto, Alejandría,

después de ser helénica, lloraba

con los brazos profundos de perfume

caído en el desierto. Letanías

de días desfilaron.

 

Entonces vi que su mano de siempre estaba rota.

Vi que de su anillo incendiado se elevaba

un sonido silbante, contemplé

la montaña de granito y sus ojos en ella,

socavada de cuevas con esclavos cavando.

 

Era en el Sinaí; donde las minas

de cobre resucitan de pronto,

en una tarde ciega de un setiembre amoroso,

entre jardines colgantes y palabras

como profanaciones. Era

nunca.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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